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Foto: memoriasdelviejopamplona.blogspot,com |
El paisaje de Lata, es imposible imaginar sin
estos confesionarios del alma, cantinas sin trago, a las que todos de longos chiquitos,
maltones ya grandes o viejos hemos caído o resbalado.
Quien no recuerda, si estudió en el Vicente León, al querido maestro Lema,
que nos hacía el pelo y barba, cuando más maltones. Claro que nos recordaba esa
época donde tener pelo largo era un delito. Los pelones o melenudos éramos tratados
como maricas, poco hombrecitos; y no ha sido cierto. El tener pelo corto, era
sinónimo de hombría, militar, bien macho. No, donde el gordito, era una maravilla,
para hablar de su amor el Aucas, como el que con otros entusiastas hicieron el
Estadio del mismo nombre. Claro nos
íbamos a la peluquería a peluquearnos, pero
la mayoría de veces, era para fugarnos de los chanchos profesores de filosofía
y matemáticas.
A la vira vuelta del Vicente, frente a la catedral,
en la calle Quito, la peluquería de Don Guamangallo,de una elegancia quitaran de ay!. Siempre con terno bien perfumado,
con una atención a todo dar. Su peluquería era bien pituca, más arreglada que iglesia para misa de
Domingo. Desde el parque el olor a colonia, agua velva atraen al cliente y adentro,
unos muebles sencillos, sobrios, cómodos para leer el Comercio que don chile
deja a la mañanita. Para leer los escándalos del Velasquismo, uno de ellos tenía un nombre que
no se escuchaba no más.
El negocio de la chatarra donde estuvo
involucrado un pelucón de esta tierra, que se dejó trincar; pese a que uno de
sus mayores representantes, que decía
muy suelto de huesos: No es malo robar, lo malo es dejarse trincar”. Ele!. Este
man no aprendió la lección. Al hablar del Señor Guamangallo porque los peluqueros eran todos unos señores
nos llamó siempre la atención su elegancia, su pulcritud al vestirse. Con terno
negro o gris, con chalecos pitucos, camisa blanca y corbatas encendidas este
maestro atendía durante años en su local en el parque, frente a la catedral,
donde hoy venden mote con chicharrón.
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Foto: www.madridentremicieloymisuelo.com |
En Santo Domingo, en uno de los locales del Convento,
existió por siempre la peluquería del señor Cajas. Alto , flaco con una pinta
de artista; con levas elegantes colores cafés
o amarillos con una corbata que parecía conectada directamente a su
peinado tango tan apretado hacía atrás que daba miedo que cualquier rato la
frente se rompa. Con unos sillones súper altos, como el dueño, unos espejos
grandes que retratan a este maestro, con una figura como sacada de alguna tira cómica.
Por el mismo sector, entre Santo Domingo y el
parque la peluquería del maestro Herrera, otro santuario de la peluqueada, de
la barba. Don Manuelito como le decían de cariño de caminar ligerito; con terno,
camisas blancas nítidas y una sonrisa siempre a flor de piel. Su local era como
la transición de las peluquerías tradicionales y los salones de belleza, o estilizados. El maestro utilizaba las
herramientas tradicionales y con perfumes y lociones a la moda. Era como el
inicio de una modernización de las peluquerías.
Las revistas
Vistazo, Estadio, el Hogar y el infaltable Comercio, la Gaceta que son
entregados diariamente por el Chinchi, cuando no se va de campaña de albañil eran parte constitutiva del paisaje en esta peluquería donde la
conversa sobre política, sobre las noticias recién leídas en donde felizmente no había los baños de
sangre made in extra o simplemente de la vida nunca faltaban. Una cuestión a destacarse es que Don Manuel es uno
de los Maestros que hizo escuela, de su taller han salido la bola de oficiales, que hoy
son maestros de las actuales peluquerías.
En la, misma calle, pero como quien se va al Norte,
ahí cerquita frente a la Casa Cuna (no saben?), así se llamó por años lo que hoy es
la casa de los Marqueses, que de milagro se salvó de nuestras geniales autoridades.
Contaban que allí de noche se oye como lloran los que estaban presos o a los
que castigaban en el tiempo de la Colonia. Lo cierto es que decían casa cuna, porque
ahí dejaban a los guaguas durante el día y por la tarde les retiraban.
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Foto: www.freepik.es |
La peluquería se llamaba "Pichincha" del Maestro
Laica que también había sido oficial de los primeros peluquines de Lata. Esta profesión,
como otras, surgió de dos o tres grandes maestros y de ahí todos los oficiales
instalaron su negocio propio. El maestro Laica era el peluquero de los guambras
de la Isidro, otra característica de nuestros maestros pelucas. Casi todos a más
de su local trabajaban en alguna institución pública. Uno de los primeros
peluqueros en la Isidro Ayora era el
maestro Marcial Rivera. En la Simón el peluquero era el Maestro Pilataxi que en nuestra memoria esta como un señor amable tranquilo de una pinta única con canas.
Este maestro en su peluquería donde los
guambras hacíamos relajo nunca estaba desarreglada o sin barrer.
Desde
taita Cornelio Freire que era peluquero de la policía, pasando por el gordito
Lema hasta el maestro Laica que era
igual a todos los maestros elegante y de terno con chaleco, con un bigote estilo mexicano, pequeño, peinado tango y el
negro era su color preferido para los ternos. Una cosa que siempre me ha
llamado la atención es que todos los maestros peluquines fueron muy pitucos.
Imposible olvidar la peluquería de Don Manuel Jácome
en la calle Guayaquil, a un pasito de El Salto. Este local siempre estuvo al lado
de las señoras Angamarqueñas que vendían tamales y hornados. Es una de las
peluquerías más antiguas y emblemáticas en donde generaciones de esa zona era
un punto de encuentro de clientes, jóvenes. Fue el espacio donde se generó y
mantuvo uno de los clubs de futbol barrial muy importante. Las caretas, los disfraces
de payaso y sobre todo la habilidad del maestro es la característica de esta peluquería.
En la calle amazonas las peluquerías eran más
populares por estar cerca de El Salto. A ladito
de la piscina Municipal existió una peluquería por siempre llamada “Juventud “, para
los naturales decían. Junto a las centaverías estas peluquerías atendían a
nuestros paisanos que los días de feria se ponían pituco. En la Guayaquil y Amazonas una peluquería que siempre estuvo en esa zona y se mantiene es la del maestro herrera que es familia del maestro de
Santo Domingo.
En este recorrido, es imposible olvidar al
maestro Pinganillo, ubicado en toda la zona del centro. Frente al colegio Vicente por el parque ahora por la Isidro, este maestro que tiene una pinta de mexicano
mezclado con Otavalo es uno de los iconos de esta profesión podríamos decir que
es de los medios pelucones para arriba .Es contratado para darles a los
personajes de la mama negra su última raspadita, antes de ser personaje.
En la zona de San Agustín la peluquería del
maestro Marín que aprendió el oficio en la calle Cinco de Junio, junto a la
cantinas y centaverías. De esas peluquerías populares donde se hacia el
tratamiento especial osea pelo, barba y espulgada. En la zona de San Francisco, la memoria
recuerda a la peluquería del maestro Panchi que en épocas se convertía en tiendas
de disfraces donde se alquilaba para los inocentes. Payasos, guacos, perros,
monos, yumbos, danzantes eran los preferido de los aisas para disfrazarse en
una ciudad pequeña, pero súper diversa, multicolor, mucho antes que la mama
negra de noviembre nos haga imitadores sin memoria y creatividad, en esta peluquería
también el tratamiento era completo y costaba dos sucres nomás.
Las peluquerías, entonces, en sus comienzos
clínicas odontológicas, luego Zapaterías; más luego tiendas de disfraces se fueron
convirtiendo, poco a poco en lo que se
convirtió hasta hace poquito:
CONFESIONARIOS DEL ALMA Y CANTINAS SIN TRAGO.
Y una de las peluquerías que marca el inicio
de aquello. Además de ser un espacio de encuentro y de artistas en la peluquería
de Galo Vásquez, el famoso Pelucas en el barrio Sur. Donde llegaba el Chilao Lanas,
canto raso y alhaja, bien alhaja. Con
apellido de caucho, o caucho mismo pero bien bacán. No ven que ahora nomas hay
cauchos pesados, ah ahh.
Galo Vásquez conformo una orquesta. Era un bacán
para los serenos. Era un espacio en donde se concentraban los artistas y el
barrio ;hay que destacar que heredo a sus hijos el arte musical, desde muy
niños y uno de ellos que fue parte del grupo Queridos Amigos y en el Hermano
Miguel acerca a muchos jóvenes a este hermoso arte. Lo que se siembra se
cosecha.
El chagra Venegas, el Waco Rúales y el
infaltable chilao Lanas, con el pelucas eran los que juntos a otros músicos, los
viernes por la noche con la sombra como amiga, iban a dar los serenos a las muchachas
más lindas del mundo. Las de Lata.
En esta peluquería se jugaba el cuarenta, el rumí
y era el lugar donde los guambras se reunían para los serenos o para el equipo
de futbol, era como un taller para los cachos y el vacile a las vecinas. Para terminar este recorrido, en la misma calle
de las Chugchucaras existió una peluquería de un señor Guamán que era como decimos; un trinquete, a ladito del
Ordeño del Sr Egas (AKI) y luego por la panadería de la familia Espinel. Aquí
se hacían el tratamiento completo todos los indígenas de la zona oriental.
O sea había para todos los gustos.
Las peluquerías, nuestras peluquerías, donde
se quedó nuestro cabello, la inocencia, la sabrosura de la conversa o algún
trago amargo de amores.
Y de ellas nos queda el aroma de sus
recuerdos; la nostalgia del que fuimos y no seremos más que nos produce cada
que oliscamos la colonia que nos ponían para que no raspe, la alegría inmensa
que nos produce recordar el cepillo suavito en nuestras orejas, cómo la caricia
de la pelada que vivía a la vueltita de la peluquería.